martes, 22 de diciembre de 2009

La Vida Secreta de los Profesores Vol. II

Abel Ferreres

El señor Ferreres es un hombre alto, de aproximadamente unos 45-50 años de edad al que su pelo y bigote (que en mejores tiempos fueron oscuros y que ahora comparte con algún que otro cabello blanco) le han caracterizado junto a sus profundos y penetrantes ojos azules grisáceos y creado esa imagen de hombre misterioso e interesante que aparentemente guarda una gran riqueza interior y mundo intelectual y creativo.

No tiene traumas infantiles ni juveniles conocidos pero probablemente, en su lugar, tenga ocultos varios hechos y épocas de su vida que él preferiría olvidar.

De pequeño se sintió ignorado por su familia y su hermano pequeño, dibujante y escultor de una mente creativa virtuosísima, llamado Adrià (nombre que años más tarde reaparecerá para su hijo). Al llegar a la etapa de los 20 años y habiendo pasado su infancia entera en playas nudistas a las que llegaba en cada uno de sus múltiples paseos solitarios, descubrió que sus verdaderos sentimientos eran absolutamente antagónicos a lo que él creía. La admiración que tenía por su hermano se transformó en envidia, y más tarde en odio. El respeto que le infundían los hombres de mediana edad evolucionó en una especie de curiosidad infantil para luego pasar a ser tan sólo una necesidad física/fisiológica. Mientras su hermano triunfaba como escultor, él se recluía en su habitación estrujándose los sesos para encontrar una solución a su desgracia.

Llegaron los años sesenta y aparecieron los hippies, una gran ocasión para que nuestro Abel pudiese pertenecer a un grupo en concreto y sentirse amparado y apoyado por algo. Con esta excusa las drogas se introdujeron en su vida diaria, lo que explica esos largos sermones que actualmente da a sus alumnos sobre el consumo de estupefacientes, y de ellas sólo sacó problemas.

Una noche, tras una presentación de Adrià a la cual acudió bajo el efecto de las drogas, sirviéndose de una de sus esculturas golpeó a su hermano dejándolo inconsciente. Se lo llevó cuidadosamente a casa y allí lo devoró lenta y ambiciosamente...pensaba que podría comerse el talento de su hermano. Evidentemente estaba equivocado y lo único que consiguió fue un corte en el labio superior producido por un mordisco que Adrià le profirió al despertar de su inconsciencia.

Adrià murió desangrado y Abel quedó marcado para el resto de su vida con una gran cicatriz que cubre todo su labio superior. Más tarde se dejaría bigote para ocultarla y adoptaría la personalidad de su hermano creyendo que de esa manera triunfaría en la vida. Entró como profesor de volumen en un instituto de Barcelona capital para secretamente devorar a sus mejores alumnos y robarles así su talento. Se casó con una alumna y ahora viven felices, o relativamente felices, bajo la custodia de la reencarnación de Adrià en el hijo que tienen en común.

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